La montaña llamada autismo - FEMSA
Artículos

La montaña llamada autismo

FEMSA

Por: Patricia Ruiz Marmolejo, colaboradora en Tiendas Bara.

 

 

El diagnóstico de mi hijo Emiliano me cayó como un balde de agua fría: autismo. ¿Eso con qué se come?, ¿qué vamos a hacer?, ¿vamos a poder?… Su papá no pudo con la noticia y decidió abandonarnos.

 

De un día para otro me encontré sola, con otros 3 hijos mayores, mi pequeño Emiliano y la gran responsabilidad de sacarlo y sacarnos adelante.

 

Así comenzó el viaje más difícil pero también más gratificante de mi vida. Busqué ayuda, porque es importante ser humildes y reconocer la importancia de tener una red de apoyo. Mis papás y mis hermanos fueron esa roca que nos sostuvo. Juntos, decidimos que íbamos a luchar hasta donde tuviéramos que hacerlo.

 

Para conocer más sobre el autismo y cómo tratarlo en Emiliano, fui a hospitales, a terapias, a instituciones, y también a Guadalajara en donde pude conseguirle terapia con caballos, lo que le ayudó mucho en su desarrollo.

 

Cuando cumplió 10 años, lo llevé a una escuela que me recomendaron aquí en León, Guanajuato. Cuando llegamos sucedió un milagro: Emiliano, que nunca había hablado antes, me dijo claramente: “mamá, aquí estoy bien”.

 

De ahí en adelante nadie lo paró, se convirtió en un “periquito”.

 

Teníamos otras complicaciones: convulsiones, pruebas de nuevos medicamentos, aprender a tratar las convulsiones, levantarlo del suelo, porque él se sentía más seguro estar siempre ahí. Pero aún con todo eso, terminó su primaria y todo comenzó a mejorar para él y para toda la familia.

 

Comencé a trabajar en diferentes comercios, generando ingresos para sostener a mi familia, sin embargo, siempre fue muy complicado que mis jefes y compañeros comprendieran y me apoyaran con este reto que tenía en casa.

 

Afortunadamente, una conocida me invitó a trabajar en Tiendas Bara y desde entonces todo fue muy diferente.

 

Hoy, tras cinco años en la compañía, siento que pertenezco a una gran familia. Mi líder me ha apoyado muchísimo, al igual que mis compañeras. Juntas somos más que colaboradoras, nos comprendemos, nos preocupamos unas por las otras y nos impulsamos a ser cada día mejores.

 

Hay días en que tengo que llevar a mi hijo a una cita con el neurólogo, y siempre hay alguna compañera que acepta con gusto cambiarme el día, y no sólo eso, me brindan su hombro, me tranquilizan y hasta me preguntan cómo nos fue.

 

Conocen muy bien a Emiliano, y lo quieren y están al pendiente también de él.

 

Además, mi trabajo se ha convertido en un respiro en mi vida… en una alegría. Es mi momento de sentirme orgullosa, de servir a los demás y gozar del día a día.

 

Me gusta salir a la calle, sin uniforme, encontrarme un cliente y que me salude, ¡hola vecina!, porque significa que está contento con mi servicio y atención. Se siente bonito que la gente te reconozca por lo que haces.

Con mis compañeras celebramos cumpleaños, fiestas patrias, participamos en dinámicas que organiza la empresa en días como el 14 de febrero o el día de muertos; también somos amigas fuera de horario laboral, y nos reunimos a hacemos ejercicio y platicar.

 

A mi líder la admiro por su entrega y pasión con la que hace su trabajo, y por cómo nos motiva y nos brinda confianza a todas; recién cumplió 20 años en la empresa y eso me inspira a seguir su ejemplo y ocupar una posición así algún día.

 

Yo sé que puedo. He podido con muchas cosas que antes nunca me hubiera imaginado.

 

Yo sé que hay muchos padres en situación como la mía, que han recibido el regalo de un niño o niña con autismo. Es un regalo, porque te hace ver la vida diferente, apreciarla diferente, con otros ojos.

 

Isaac, uno de mis hijos mayores, tiene una frase que me gusta mucho: “Emiliano no tiene nada diferente, más bien nosotros somos diferentes a él”.

 

Y él nos ha dado lecciones de vida que nos han unido mucho como familia; hoy, a sus 18 años, ya está por terminar la preparatoria, su sueño es ser chef y yo no podría estar más orgullosa de él, como del resto de mis hijos.

 

Y claro que es difícil. Es luchar, es encerrarte a llorar en el baño para que nadie te vea, pero salir con una sonrisa en la cara y decir ¡sí podemos!, porque el amor lo puede todo.

 

Es nuestro deber como padres el formar a nuestros hijos para que sean personas autosuficientes, para estar seguros de que el día que ya no estemos ellos van a poder vivir una buena vida, independientemente de las capacidades con las que nacieron.

 

Tienes que brincar esa montaña llamada autismo, para disfrutar de la playa que te espera detrás; porque vas a llegar y vas a volver a reír, y vas a ser una motivación para tu familia.

 

Hoy me siento orgullosa de mí y de lo que he vivido, y sé que mis hijos también lo están. Hoy, tienen a una mamá realizada personal y profesionalmente, independiente, fuerte, feliz… como dicen ahora, ¡empoderada!